2014/01/20

El futuro de La Argentina (drama en tres pasos y un epílogo)


Buenos aires, 20 de enero de 2014,
en el día de San Sebastián
I Lucio V. Mansilla

AMASAR UN PUEBLO CON FISONOMÍA PROPIA

(Mansilla; Lucio V.; Una Excursión a los Indios Ranqueles; Buenos Aires, CEAL, 1967, Bibioteca Argentina Fundamental, Capítulo N° 18, XXIX, pp. 185-186)
Cada zona, cada clima, cada tierra, da sus frutos especiales. Ni la ciencia, ni el arte, inteligentemente aplicados por el ingenio humano, alcanzan a producir los efectos químiconaturales de la generación espontánea.
Las blancas y perfumadas flores del aire de las islas paranaenses; las esbeltas y verdes palmeras de Morería; los encumbrados y robustos cedros del Líbano; los banianos de la India, cuyos gajos cayendo hasta el suelo, toman raíces, formando vastísimas galerías de fresco y tupido follaje, crecen en los invernáculos de los jardines zoológicos en Londres y París. Pero, ¿cómo? Mustias y sin olor aquéllas, bajas y amarillentas éstas; enanos, raquíticos los unos sin su esplendor tropical los otros.
Lo mismo en esa bella planta indígena, que se desarrolla del interior al exterior; que vive de la contemplación y del éxtasis, que canta y que llora, que ama y aborrece, que muere en el presente para poder vivir en la posteridad.
El aire libre, el ejercicio varonil del caballo, los campos abiertos como el mar, las montañas empinadas hasta las nubes, la lucha, el combate diario, la ignorancia, la pobreza, la privación de la dulce libertad, el respeto por la fuerza; la aspiración inconsciente de una suerte mejor -la contemplación del panorama físico y social de esta patria-, produce un tipo generoso, que nuestros políticos han perseguido y estigmatizado, que nuestros bardos no han tenido el valor de cantar, sino para hacer su caricatura.
La monomanía de la imitación quiere despojarnos de todo: de nuestra fisonomía nacional, de nuestras costumbres, de nuestra tradición.
Nos van haciendo un pueblo de zarzuela. Tenemos que hacer todos los papeles, menos el que podemos. Se nos arguye con las instituciones, con las leyes, con los adelantos ajenos. Y es indudable que avanzamos.
Pero ¿no habríamos avanzado más estudiando con otro criterio los problemas de nuestra organización e inspirándonos en las necesidades reales de la tierra?
Más grande somos por nuestros arranques geniales, que por nuestras combinaciones frías y reflexivas.
¿A dónde vamos por ese camino?
A alguna parte, a no dudarlo.
No podemos quedarnos estacionarios, cuando hay una dinámica social que hace que el mundo marche y que la humanidad progrese.
Pero esas corrientes que nos modelan como blanda cera, dejándonos contrahechos, ¿nos llevan con más seguridad y más rápidamente que nuestros impulsos propios, turbulentos, confusos, a la abundancia, a la riqueza, al respeto, a la libertad en la ley?
Yo no soy más que un simple cronista, ¡felizmente!
Me he apasionado de Miguelito, y su noble figura me arranca, a pesar mío, ciertas reflexiones. Allí donde el suelo produce sin preparación ni ayuda un alma tan noble como la suya, es permitido creer que nuestro barro nacional empapado en sangre de hermanos puede servir para amasar sin liga extraña algo como un pueblo con fisonomía propia, con el santo orgullo de sus antepasados, de sus mártires, cuyas cenizas descansan por siempre en frías e ignoradas sepulturas.


LAS SEDUCCIONES DE LA BARBARIE

(Mansilla; Lucio V.; Una Excursión a los Indios Ranqueles; Buenos Aires, CEAL, 1967, Bibioteca Argentina Fundamental, Capítulo N° 18, XXVIII, pp. 179-180)
Viendo el tinte de tristeza que vagaba por su simpática fisonomía, lo dejé un rato replegado sobre sí mismo, y cuando la nube sombría de sus recuerdos se disipó, le dije:
-Continúa, hijo, la historia de tu vida; me interesa.
Miguelito continuó.
-Yo no vivía con mis padres; ellos estaban sumamente pobres, y yo había gastado cuanto tenía por la libertad de mi viejo. Tuve que irme a vivir con la familia de Regina.
"Los primeros tiempos anduve muy bien con mi mujer.
"Mis suegros me querían y me ayudaban a trabajar, prestándome dinero, me cuidaban y me atendían.
"Al principio todos los suegros son buenos. ¡Pero después!
"Por eso los indios tienen razón en no tratarse con ellos.
-¿Conoce esa costumbre de aquí, mi Coronel?"
-No, Miguelito. ¿Qué costumbre es ésa?
-Cuando un indio se casa, y el suegro o la suegra van a vivir con él, no se ven nunca, aunque estén juntos. Dicen que los suegros tienen gualicho.
"Fíjese lo que entre en un toldo y verá cómo cuelgan unas mantas para no verse el yerno con la suegra.
-Vaya una costumbre, que no anda tan desencaminada -exclamé para mis adentros, y dirigiéndome a mi interlocutor-: Continúa -le dije.
Miguelito murmuró:
-Son muy diantres estos indios, mi Coronel -y prosiguió así:
"Al poco tiempo no más de estar casado con la Regina, ya comenzó mi familia a andar como mi padre y mi madre.
"Todos los días nos peleábamos- parecíamos perros y gatos.
"Y en todas las riñas que teníamos se metía mi suegro, algunas veces mi suegra, siempre dándole la razón a la hija.
"Cuando la sacaba mejor tenía que salirme de la casa, dejando que me gritasen pícaro, calavera, pobretón.
"Me daba rabia y no volvía en muchos días; me lo llevaba comadreando por ahí, y era peor.
"Así es el mundo.
"De yapa, cuando volvía, como la Regina estaba mal acostumbrada, porque los padres la aconsejaban, no quería ser mi mujer.
"Me daba rabia y poco a poco le iba perdiendo el cariño.
"Es verdad que como la Dolores me recibía siempre de noche, a escondidas de sus padres, que viéndome casado nada sospechaban de nuestros amores, ya no tenía mucha necesidad de ella.
"Al hombre nunca le falta mujer, mi Coronel, como usted no ignora...
"Ya ve aquí; tiene uno cuantas quiere.
"Lo que suele faltar es plata.
"En habiendo, compra uno todas las que puede mantener. Mariano Rosas tiene cinco ahora, y antes ha tenido siete. Calfucurá tiene veinte. ¡Qué indio bárbaro!"
-¿Y tú, cuántas tienes?
-Yo no tengo ninguna, porque no hay necesidad.
-¿Cómo es eso?
-Sí; aquí la mujer soltera hace lo que quiere.
"Ya verá lo que dice Mariano de las chinas y cautivas, de sus mismas hijas. ¿Y por qué cree entonces que a los cristianos les gusta tanto esta tierra? Por algo había de ser, pues."
Me quedé pensando en las seducciones de la barbarie; y como había tiempo para enterarme de ellas y quería conocer el fin de la historia empezada, le dije:
-¿Y te arreglaste al fin con tus suegros y con tu mujer propia?


II Alberto Gerchunoff

LA VISITA

(Gerchunoff; Alberto; Los gauchos judíos; Buenos Aires, CEAL, 1968, Bibioteca Argentina Fundamental, Capítulo N° 29, pp. 55-59)
La estancia de don Estanislao Benítez quedaba cerca de Rajil. Más allá del potrero, hacia la estación Las Moscas, su campo se extendía surcado de arroyos y manchado de cardales. En el punto más alto, la rala arboleda sombreaba un espacio en cuyo centro elevábase el caserón solariego del viejo criollo, de los más viejos del pago, amigo de Urquiza y compadre de don Crispín.
Era don Estanislao una de las figuras más típicas de la colonia. /.../ Como don Remigio Calamaco, el boyero ilustre de Rajil, don Estanislao era noble y valiente. /.../ En las tertulias de fogón, bajo el alero donde departía en familia con los hijos, refería siempre su vida de soldado de Urquiza.
/.../
/.../. Don Estanislao, amigo de los colonos judíos, iba casi diariamente a Rajil, donde presenciaba la matanza de reses. /.../.
Don Estanislao invitó al matarife a su casa, y rabí Abraham prometió visitarlo con la familia. Engancharon una yunta de bueyes mansos en el carro, y, con la mujer y las hijas, partieron hacia la estancia La Lomada; seguíanles Jacobo en su yegua blanca.
La noche había caído tibiamente. La campiña parecía respirar bajo el firmamento claro, suntuosamente estrellado. /.../.
/.../
Se detuvieron ante el portón, recibidos por una jauría de perros. Jacobo gritó al estilo comarcano, sin atribuir importancia a tales palabras en boca de un judío:
-¡Ave María!
El gurí de la estancia sosegó los perros a cascotazos y a puntapiés.
Reconoció a su amigo Jacobo, y exclamó, dirigiéndose al viejo:
-Patrón, tiene visitas: ¡es don Abraham con su gente!
Apeáronse los viajeros. Don Estanislao le saludó con exclamaciones, y las criollas rodearon jubilosamente a la familia del matarife. Enseguida se ordenó a la china la preparación del mate, y bajo el alero, donde descansaba todo el que se sintiera fatigado por el camino, sin preguntársele quién era ni de dónde venía, hombres y mujeres se instalaron entre charlas y risas. Rabí Abraham, mesurado, solemne, cortés, se inclinaba a cada rato asintiendo sin comprender el sentido de la mayor parte de las frases de amistad y agasajo. Quien hablaba era Jacobo. Contó, jugueteando con el pesado rebenque, una peripecia del viaje -la rotura de una rienda- y alabó el sabor del mate que servía Deolinda, la hija mayor de Benítez.
-Ni en el cielo se chupa uno así...
La señora de Benítez, con estirado coqueteo, repuso:
-Es favor, muchacho, es favor.
Don Estanislao hablaba con su abundancia de costumbre, gesticulando y atropellando las palabras. La luna bañaba en su luz dulce aquella huesosa figura, cuya pera de plata y rudo perfil se dibujaban como en una estampa en la tranquilidad de la noche. Gaucha parecía también la silueta del judío de grandes barbas, extensa melena, nariz gibosa y alta frente, vestido de bombachas como los nativos del suelo, y, como ellos, con ancho tirador en la cintura. Iba y venía Deolinda con el mate. Sobre la espalda descendían, gruesas y magníficas, las trenzas oscuras, y, al andar, la zaraza crujía. Sus grandes ojos tenían fulgor. El timbre nítido de su voz, diríase, cortaba el aire al hablar.
Rabí Abraham pensó un elogio de elegancia arcaica y erudita para la hija de su amigo; con esfuerzo visible pudo construir la frase:
-Don Estanislao, su nobleza se refleja en la hermosura de sus hijas, porque los espíritus dignos, dice un maestro, de venerada memoria, sólo engendran belleza.
Don Estanislao contestó, sin penetrar muy bien el concepto:
-Ansina no más.
Las mujeres anudaron una conversación sobre cosas domésticas. Doña Gertrudis enumeró las cualidades de una vaca -la Gordinflona:
-Es mansita como una criatura; la ordeño dos veces al día; a la mañanita y a la tardecita da un balde de leche; no esconde nunca.
La esposa del matarife se asombró; lamentó no poder decir igual de la suya, escondona y mañera.
Jacobo, que comprendía las angustias de su ama para explicarse, intervino a tiempo:
-Si no la maneamos y le sujetamos la cabeza al poste, no se le saca una gota y patea el tarro.
Comentóse la fecundidad de las gallinas, y misia Gertrudis se quejó del gato que tiene la costumbre de perseguir a los pollitos.
-¡El gato! -exclamó Deolinda-. Ayer nomás me mató un cardenal.
Poco a poco la conversación iba languideciendo, enervada por la dulzura de la noche. Los árboles, cubiertos de flores, saturaban de aroma el ambiente; las margaritas, en denso plantío, blanqueaban los huecos de la arboleda, llena de luna.
Rabí Abraham dijo:
-En toda la tierra no se ve un cielo como aquí.
Y explicó que había estado en Palestina, en Egipto y en Rusia, pero en región alguna es de un azul tan intenso como en en Entre Ríos. Completando su pensamiento añadió:
-El cielo entrerriano es protector y suave. Hallándose solo, por ejemplo, en medio del campo, el espíritu no sufre sugestiones de miedo; su luz es benigna.
El viejo gaucho penetró la idea de rabí Abraham. Su alma simple y clara, vibró como un cántico en la noche gloriosa, bajo el cielo incomparable, cuya bóveda sublime les cubría con su blandura. El boyero trinó en la jaula herrumbrada, y del corazón del anciano legendario salió un profundo suspiro, un suspiro que expresaba su amor al terruño, por el cual arriesgara tantas veces la vida en la guerra, paladín de lanza y trabuco, temido en selva y ciudad.
Descolgó la guitarra, y sus flacas manos rasguearon las cuerdas; con voz estremecida moduló la vieja copla del pago:
Entre Ríos, tierra mía,
¿dónde hay cielo como el tuyo?
Tus lomadas y tus ríos...
En la quietud dilatada, un gallo agitó ruidosamente las alas y cantó en la noche.
III Jorge Luis Borges

LOS CONJURADOS

(Borges; Jorge Luis; Los conjurados; Buenos Aires, EMECE, 1996, pp. 93-94)
En el centro de Europa están conspirando.
El hecho data de 1291.
Se traa de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.
Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades.
Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios, porque eran pobres y tenían el hábito de la guerra y no ignoraban que todas las empresas del hombre son igualmente vanas.
/.../
IV … Epílogo
Las provincias ahora son veintitrés, y una Ciudad casi provincia, veinticuatro.